Se me ha preguntado mi opinión por estos conceptos, así que intento responder desde mi trinchera, aunque de modo informal

¿Qué es la mente?

Desde mi punto de vista, la mente ha sido un concepto formulado a fin de proporcionar explicaciones a algunas preguntas importantes para nuestras vidas como habitantes temporales de este mundo. Por una parte, el concepto de mente, ha servido en ocasiones para ofrecer explicaciones en torno a las causas de la conducta, sobre todo la conducta humana.  Hablando en ese sentido, la mente se ha entendido como una suerte de entidad que origina y que controla toda conducta. Por otra parte, la mente también ha servido como herramienta para responder a otra de las grandes preguntas: ¿qué es el hombre? El hombre es su mente, es su pensamiento, habría afirmado el archiconocido René Descartes en su doctrina dualista de la res cogitans y la res extensa. La mente desde esa perspectiva, era de hecho un objeto, pero simplemente se encontraba fuera del plano de lo sensible. Así, pues, una serie de alternativas lógicas se derivan: habrá quien piense que la mente existe y es material, o que existe y es inmaterial, así como habrá quien piense que la mente no es ni inmaterial ni material porque simple y sencillamente no existe. Pero la existencia, como concepto, me lleva a un asunto metafísico que no es mi deber abordar aquí. Es así que al menos quiero comentar que, no obstante de las múltiples visiones que pueda haber, el concepto de mente permanece en el trato cotidiano con los demás en cada ocasión que se atribuyen creencias y deseos.

¿Por qué estudiarla?

De acuerdo con lo dicho, diversas perspectivas pueden surgir de una doctrina dualista. Por un lado, para quienes la mente existe, es prácticamente imperativo estudiarla, dada la naturaleza peculiar que la caracteriza, así como la enorme relevancia que cualquier dato sobre ella puede tener para quien se cuestiona por las causas de la conducta y por el ser del hombre. Por otro lado, para quienes la mente no existe (en tanto que concepto científico válido), es menester emplear mejores términos que expliquen lo mismo que explica la mente, pero sin el recurso a entidades fuera de lo sensible. Así, por ejemplo, habrá quienes recomienden estudiar directamente la conducta observable como una función de los estímulos ambientales, o habrá quienes prefieran abocarse al estudio del sistema nervioso, una estructura plenamente material asociada con diversas funciones cognitivas. Desde esta perspectiva, evidentemente, no se abandona la duda sobre las causas de la conducta o sobre el ser del hombre, sino que simplemente se la resitúa en el plano natural. Ahora, desde mi punto de vista, lo recomendable es indagar cuáles son los argumentos que ofrecen las diferentes posturas para aceptar o rechazar tal o cual tesis en torno a las preguntas importantes previamente citadas. Una mirada crítica a los saberes que hemos de ostentar como tal, jamás será un desperdicio.

¿Qué es la conciencia?

Básicamente entiendo a la conciencia como la capacidad de un organismo para saberse un ser  propio, distinto de los demás seres. En esos términos, puede equipararse conciencia al término de Leibniz: “apercepción”, que básicamente refiere a la capacidad del ser humano para comprenderse a sí mismo como un ser individual. Así, cuando hablamos de conciencia, hablamos de un organismo que “tiene noticia de sí mismo”, para ponerlo en términos metafóricos. De igual manera hablamos sobre un organismo que tiene la posibilidad de vivir su experiencia con características cualitativas únicas: por ejemplo, al ver una manzana, el color rojo que veo en la misma es una propiedad cualitativa de mi conciencia, y lo mismo ocurre cuando experimento un dolor en cualquier parte de mi cuerpo; desde mi conciencia, en mi perspectiva de primera persona, hay un aspecto cualitativo asociado con ese dolor: sé que quien siente el dolor soy yo y no otro, y además, experimento un dolor más o menos particular dependiendo de sus causas o de su ubicación en lo que considero mi cuerpo.

            Ahora, más allá de las disquisiciones filosóficas en torno al término de conciencia, habría que subrayar el fuerte componente naturalista que se asocia con el mismo. Esto en el sentido de que hay indicadores claros que permiten distinguir si un organismo tiene conciencia o no, y por supuesto, tales indicadores son verificables empíricamente. Algunos de estos indicadores son conductuales, es decir, observan conductas propias de los seres con conciencia, e incluso cabría hablar de una suerte de tipología de la conciencia, como las veces en las que, después de un fuerte impacto, un sujeto queda tendido en el suelo y es incapaz de responder a cualquier estímulo que se sabe que ocasiona tales o cuales respuestas en un sujeto con conciencia. Otros indicadores tienen más que ver con la actividad del sistema nervioso, y se sabe que pueden señalarse varias regiones del encéfalo que están implicadas en la génesis y en la permanencia de la conciencia, al menos si nos reducimos por ahora al ser humano. Igualmente se han estudiado diferentes procesos que tienen lugar en el encéfalo y que son los que subyacen a la conciencia. Así, por ejemplo, algunos de los aspectos conductuales de la conciencia pueden explicarse con referencias a procesos encefálicos distribuidos en diferentes regiones.

¿Hay un estrato biológico de la conciencia?

De acuerdo con lo que se acaba de sugerir, desde un punto de vista estrictamente material y naturalista, ha de afirmarse que la conciencia no puede tener sino una base física, y en ese sentido, el sistema nervioso, como elemento plenamente biológico del cuerpo humano, cumple tal papel. Lo que quiero decir, de manera más sencilla, es que la conciencia tiene, en efecto, una base biológica, y que esta base biológica es el encéfalo.

            Digámoslo, no es en otro sitio, sino en el encéfalo, donde se realiza una increíble actividad neuronal concertada mediante ciertos principios o leyes. Y esa actividad neuronal, supeditada a tales principios, tiene, entre otras funciones y en sus niveles elementales, el mantenimiento de los diferentes procesos vitales como el ritmo cardiaco y la respiración, a la vez que en sus niveles más elevados, varias estructuras conformadas por neuronas interactúan entre sí para dar lugar a ciertos fenómenos cognitivos como la percepción o el lenguaje humano, entre otros. Cabe destacar que tanto la percepción como el lenguaje solamente se sostienen sobre la conciencia. Si no hay conciencia, básicamente no hay percepción y no hay lenguaje, y no hay conciencia si no hay encéfalo. Esta relación condicional permite responder afirmativamente a la pregunta, y lo que es más, permite señalar en tiempo y lugar la ubicación de ese estrato. Ahora, simplemente quisiera añadir que esto último “abre la puerta” a diversas teorías y tecnologías que giran en torno al encéfalo.

¿Qué es el pensamiento?

Normalmente he concebido al pensamiento en términos puramente formales. Es decir, siguiendo las afirmaciones del primer Wittgenstein en su Tractatus logico-philosphicus (1922), el pensamiento para mí no ha sido, por algún tiempo, sino una “proposición con sentido”, es decir, una composición lingüística de términos que refieren objetos y tipos de relaciones entre objetos, o conceptos y relaciones entre conceptos. No en vano en aquellos tiempos se afirmó que todo lo que podía decirse, únicamente podía ser dicho en el lenguaje de la ciencia, y particularmente, en el lenguaje de la lógica.

            Pero Wittgenstein modificó su perspectiva y la refinó a un grado excepcional. Mi punto de vista, sin pretender que sea en algún grado tan genial como la de Wittgenstein o cualquier otro autor de esa talla, también se ha visto enriquecido, y si bien puedo concebir al pensamiento en esos términos formalistas -en parte gracias a algunas nociones básicas de lógica que así lo requieren- también soy capaz de advertir un componente no-lingüístico que subyace al mismo. Cabe reconocer que, al respecto, mantengo una actitud de exploración permanente.

            Más allá de lo anterior, pero sin dejarlo de lado, me veo inclinado a afirmar lo siguiente: el pensamiento, con todo y su formalismo, es una propiedad del encéfalo; es resultado de una actividad particular que ocurre en algunas de las complejas regiones de dicha parte integrante de mi cuerpo. Igualmente, desde una perspectiva naturalista no puede negarse que, el pensamiento, necesariamente, ha de tener un papel respecto a la supervivencia del organismo. Porque hoy no existe función, biológicamente hablando, que no fuera organizada mediante el complejo devenir evolutivo de las especies.

            De esta manera, puedo responder por fin a la pregunta: el pensamiento es una función del encéfalo que incrementa las posibilidades de supervivencia del organismo humano, al proporcionar claridad en cuanto a los diferentes tipos de relaciones que existen entre los objetos del ambiente y los objetos de la experiencia personal, de modo que se permite al organismo que piensa, una adaptación, desenvolvimiento y desarrollo adecuados.

            Finalmente, y en retrospectiva, noto en este caso la cercanía con la res cogitans cartesiana, al reconocer al pensamiento como una característica humana vital. A su vez, no puedo ignorar la distancia que hay respecto de las consideraciones de Descartes cuando se sitúa toda esa complejidad e importancia en una estructura de consistencia gelatinosa y más o menos grisácea de alrededor de 1,5 kg producida tras millones de años de selección natural.

Buzón de observaciones y sugerencias para mí mismo y mi práctica como estudiante y como docente

Primera observación:

¿No se supone que alguien que está para enseñarte sobre un tema primero debería dejarte formular tu punto de vista, para, a partir de ahí, realizar sus observaciones?

No me parece correcto dejar que una persona formule, a punta de interrupciones, su punto de vista a medias para elaborar hombres de paja a partir de ello y convencer a los otros de que no hay nada valioso en su formulación. Pienso que en esos casos hace falta mayor apego al buen sentido de la lógica, así como un distanciamiento crítico del mero dogmatismo.

¿Pero qué puedo decir yo más allá de mi experiencia sublunar? Yo, un sujeto infinitamente ignorante. Porque infinitas son las cosas que existen y limitado es lo que puedo decir de ellas. Y ojo, no sólo es limitado lo que puedo decir, sino también lo que puedo sentir y lo que puedo llegar a pensar y a comprender. Una caña pensante, recuperando la palabra de Pascal, en un inmenso océano eterno.


Segunda observación:

Admito que me causa cierta desazón observar cuando los practicantes de un determinado juego no toman lo suficientemente en serio los nombres de las piezas y las reglas que lo caracterizan. O peor aún, que el llamar a las piezas por su nombre y aplicar las reglas mencionadas sea motivo de censura.

¿Qué ha de pensarse de dos sujetos que se dicen aprendices del ajedrez, y que cuando uno escucha al otro mencionar que los alfiles sólo se mueven en diagonales, juzga censurable el uso de tales conceptos?

¿Pretende acaso el primero afirmar con ello que es incorrecto que el aprendiz del ajedrez llame reina a la reina sólo porque es un aprendiz? ¿O es que la reina se llama peón y se mueve como caballo? ¿ Y qué pasa si también se ha censurado el término caballo?

Quizá sea el caso que ambos no están aprendiendo a jugar el mismo juego, y quizá para uno de ellos solamente se trata de sentarse frente a unos cuadros blancos y negros a mover las piezas sin ningún sentido más que el que él mismo quiera darle. Pero esto, ¿no va en contra de la búsqueda de conocimiento (ojo, no por ser limitado se debe despreciar), por ser social en su origen y en su finalidad?

Pero en ese caso, ¿qué sentido tiene aprender a jugar ajedrez para el que dijo «el alfil solamente se mueve en diagonales»? Mi respuesta es que tiene todo el sentido del mundo, pues porque un sujeto haya pretendido censurar el uso de la palabra «alfil» refiriendo la pieza correspondiente, ello no implica que no habrá otro que sí comprenda la relevancia de los nombres de cada pieza y los valores que rigen su movimiento.

Así, pues, más allá de los achaques de la condición humana, la posibilidad de ganar o perder sólidas partidas jugadas con las mismas piezas y con las mismas reglas puede ser un buen alimento y un excelente motivo para continuar aprendiendo.

Sugerencia número 1:

Hay que seguir aprendiendo siempre (lo digo en el sentido de los naturalistas de que nuestra forma de desenvolvernos en el mundo se adapta e idealmente se mejora en función de sus consecuencias, y también lo digo en el sentido socrático y netamente filosófico de conservar la humildad en cuanto al saber).

Sugerencia número 2:

No hay que olvidar las palabras de Hegel: «El temor al error es el temor a la verdad». En este sentido, no temo exponer mis puntos de vista sobre los asuntos filosóficos que me interesan, pues siempre puede haber, y siempre habrá, alguien que domine mejor un tema y sea capaz de señalarme con justicia mis errores y omisiones.

Sugerencia número 3:

Por favor, joven, deje de llamar juegos a muchas cosas serias (aunque piense que esto serio no son sino lenguajes, y los lenguajes sean como juegos. Sí, gracias segundo Wittgenstein, aunque no te conozco del todo bien).

Sugerencia número 4:

Entender que no todos están dispuestos a aceptar de buena manera que existen puntos de vista diferentes a los suyos. Y entender también que no todos están interesados en argumentar su punto de vista.

Sugerencia número 5:

Entender que habrá quienes sí estén interesados en argumentar sus puntos de vista y que también habrá quienes sean capaces de reconocer que existen múltiples puntos de vista sobre algunos temas, sobre todo en filosofía.

Sugerencia número 6 (y esta va para cualquiera):

Leer bastante y escribir bastante.

Relativismo críptico

Dicen que cada uno de nosotros, al final, cosecha lo que siembra. Me pregunto si alguna de las cosas que he dejado venir al mundo con tan grande emoción y amor puede resultar uno de los tantos rostros de la muerte.

A fin de cuentas, dada tanta variedad de perspectivas, y dadas las incontrolables e inmensas revoluciones de la bóveda, resulta posible que lo que a uno llena de esperanza, a otro lo envenene hasta devolver las tripas al suelo.

La fuerza que subyace a toda esta hermosa podredumbre, es la misma que la aplasta por el otro extremo. Como la mirada es tan reducida uno puede decir que está siendo empujado, y si tuviera tan solo un poco más de amplitud, podría afirmar que es atraído con brutal potencia a un desfiladero, en el que no hallará otra cosa que el traslúcido beso de la eternidad.

Claro que, incluso esas «anchas miras» no serían sino el triste eco de aquello que muchos consideran osadamente inasible, y lo más seguro es que ni la fuerza de empuje ni la supuesta atracción sean más que otro hábil espejismo. «Es un círculo, humano», podría dar a entender una autoproclamada deidad, y yo no haría más que asentir en silencio, para otorgarle así el insípido reconocimiento de poseer la razón, a la vez que nos estrellamos violentamente contra la mentira hasta volvernos trizas.

Definición de violencia

El concepto de violencia puede tener diferentes
niveles de generalización y abstracción:

  1. En su forma más abstracta violencia significa
    la potencia o el ímpetu de las acciones físicas
    o espirituales. Así, la violencia de una explosión
    atómica indica la intensidad de las fuerzas
    físicas liberadas en este fenómeno y la
    violencia de una pasión indica, de manera similar,
    la vehemencia con que una persona se
    apresta a conseguir aquello que desea.
  2. En un sentido más concreto, la violencia
    puede ser definida como la fuerza que se hace
    a alguna cosa o persona para sacarla de su
    estado, modo o situación natural. Si se admite,
    como así lo hacemos nosotros, que todo
    ser tiene una naturaleza propia, entonces debemos
    admitir que la persona tiene también
    una “esencia humana” a la que deben ajustarse
    sus comportamientos individuales o sociales.
    Sobre la línea de este supuesto debemos
    entonces calificar como violencia todo
    acto que atente contra esta naturaleza esencial
    del hombre y que le impida realizar su verdadero
    destino, esto es, lograr la plena humanidad.
    Así, la institución de la esclavitud en la
    cultura grecorromana era una institución violenta
    ya que impedía al esclavo el acceso a la
    libertad jurídico-política, libertad que constituye
    uno de los componentes fundamentales
    de la naturaleza ideal del ser personal.
  3. Por último, en un nivel semántico más preciso
    y restringido, violencia es la acción o el
    comportamiento manifiesto que aniquila la
    vida de una persona o de un grupo de personas
    o que pone en grave peligro su existencia.
    Violencia es, por tanto, agresión destructiva e
    implica imposición de daños físicos a personas
    o a objetos de su propiedad en cuanto
    que tales objetos son medios de vida para las
    personas agredidas o símbolos de ellas.

Gil-Verona, J., et al. (2002). Psicobiología de las conductas agresivas. Anales de psicología. Vol. 18. No.2. pp. 293-303

Sobre la digresión

Había preparado una pequeña digresión sobre las escalas de nuestra naturaleza física para publicarla hoy, pero decidí que no está lista. En vez de eso mejor diré un par de cosas en torno a la motivación que subyace a ese texto.

Bien, parafraseando a Searle, la cuestión es la siguiente, ¿cómo es posible que una serie de reacciones electroquímicas sean la base material de nuestra conciencia? Claro, asumiendo desde ya una suerte de monismo materialista, al tomar en cuenta las diferentes escalas, desde las partículas subatómicas, los átomos, los enlaces, las moléculas y los compuestos, con los cuales operan las células que nos conforman como organismos vivos capaces de presentar conductas inteligentes.

Como ya he dicho antes, asumo que soy un ejemplar de un tipo de organismo que tiene la capacidad de realizar obras muy variadas. Somos organismos racionales, sociales, sentimentales, religiosos, éticos, políticos, culturales, etcétera, y todos nuestros cuerpos tienen una base biológica en común. Quisiera afirmar que no entiendo por qué este hecho me causa tanta conmoción, pero más bien, no entiendo por qué alguien no se sentiría conmocionado por ello.

A.K.

Mandato délfico

A mi derecha tengo un libro con muchos poemas, y todos ellos no pueden responder a la pregunta que ha rondado mi vida durante algún tiempo: ¿qué soy?

Si bien los poemas no pueden responder a esa pregunta sí que arrojan alguna luz sobre la cuestión: hay una parte de mi ser que es sensible, y es algo que comparto con todos los demás seres como yo, porque hay seres como yo y yo soy como otros seres. Es algo simple de figurarse, basado quizá en intuiciones, como he visto hacer a otros usuarios de la analogía.

Soy un ser sensible, como cualquier otro, pero en ello no se agota lo que soy, insisto. Dejemos claro que sensibilidad, en este preciso montón de letras significa solamente la cualidad de ser afectado por estímulos externos e internos, los mismos que proveen la poesía, la música y la pintura, expresiones sublimes de aquello de lo que soy una ínfima parte.

Pero ese tipo de estímulos también los provee la naturaleza (de la cual no se puede escapar) al hallarse bajo la intensa luz de nuestro sol o al disfrutar la caricia del viento, y lo mismo al detenerse a observar lo que hay en «nuestro interior». Afirmo que nada de esto termina de responder a la pregunta y más bien la sume en la penumbra.

Quizá es una pregunta mal formulada. Podría en vez de ello preguntarme por mi naturaleza, ¿cuál es mi naturaleza? La sensibilidad parece ser parte integrante, lo mismo que la capacidad de dudar. Soy apto para moverme brusca o sutilmente. La expresión, como necesidad, parece ser común a cualquiera dentro de la norma, al igual que la capacidad de representar y de manipular esas representaciones. Nociones más, nociones menos, una ráfaga de pensamientos, la idea es la misma: todo eso es mi naturaleza, o al menos parte de ella.

Acepto que eso todavía no me convence, ni creo que sea capaz de convencer a nadie. Si bien puedo aceptar que mi naturaleza en parte es así, debo hacerlo con ciertas consideraciones acerca de la forma y el ambiente en que me he venido desarrollando, y la misma consideración vale para cualquiera. Claramente, la respuesta está lejos de ser terminante, aunque por lo pronto me alegro de que así sea.

Ahora, si retomo esto último e intento extrapolarlo para responder a la pregunta inicial, la consecuencia es siempre la misma: no se agota lo que soy y el abismo permanece infranqueable.

Hasta que recuerdo que soy yo, el que lee y siente los poemas y el que dedica su tiempo a indagar sobre las preguntas de toda la vida (humana) y sobre las posibles respuestas a las mismas. Últimamente, respuestas de acuerdo con lo que hemos aprendido a partir de nuestra actividad inquisitiva, pero esta ya es una canción diferente, que si no tenemos cuidado al oírla podemos embelezarnos con ella y como consecuencia caer en el estupor de un reduccionismo brutal.

A.K.

De la sensación al escepticismo.

Recuerdo nítidamente esa primera vez que estuvo frente a mis ojos: el escepticismo me carcomía las entrañas mientras intentaba procesar cada una de las sutiles formas que ante mí se revelaban.

Me era difícil aceptar que la escena no fuera producto de la ensoñación, principalmente porque en un contexto como ese resultaba inverosímil encontrar tal expresión de belleza. Aunque no tardé mucho en aceptar que podía ser real.

La impresión fue honda, aunque fugaz, y no me cercioraría de la realidad de su fuente sino hasta tiempo después, cuando las fechas llegaron y el encuentro se tornó inminente. A partir de esto, y sin desearlo, escuchamos nuestras voces y aprendimos nuestros nombres.

Nos conocimos, y aún así el escepticismo inicial jamás se había desvanecido, muy por el contrario, sus raíces estaban ahora aferradas al núcleo de mi ser. De alguna manera me encontraba partido, por un lado, en el goce derivado de saber que la belleza en este mundo era real y por otro, en ese cáustico escepticismo que me hacía manipular mis pensamientos de la manera más cautelosa posible, y que incluía constantes revisiones de por qué creía lo que creía y sentía lo que sentía.

Considero innecesario detenerse mucho más en este asunto, y mi manera de resumir su sentido es decir que, una manera de lidiar con esa especie de bifurcación fue adoptar el pensamiento de que contemplar y reflexionar son dos aspectos de una misma actividad; las más de las veces lo que contemplamos está permeado por los resultados de la reflexión y viceversa. Otra forma de decir esto es que, sentirse partido en dos, o en mil, o no sentirse partido en lo absoluto, ha de ser algo habitual en el camino de cualquiera que busca poner en duda sus propias creencias y que atiende concienzudamente a lo que se dice sobre la existencia de tales o cuales objetos.

A.K.

Luna de Nieve

LOS AMANTES - MAGRITTE

Mi naturaleza es desear verla.

Según Kojève y su lectura de Hegel, para ser hombre hace falta ser capaz de negar la propia naturaleza. Así que, para ser considerado como tal, debería aplacar ese deseo y omitir cualquier intento de buscarla.

¿Qué se gana con esto? ¿Acaso se obtiene la libertad?

Admito que amo la libertad, y admito que deseo mirarme en sus ojos y escucharla llamarme mentiroso nuevamente.

Otra lectura, un tanto ecléctica, y ad hoc si se quiere, nos dice que tras esta negación de la naturaleza se justificaría la capacidad de preguntar.

¿Por qué?

Por la simple consecuencia de hacer interactuar las indicaciones de Kojève con ciertas ideas de Heidegger presentadas por Gaos: «el único animal capaz de hacer preguntas es el hombre». Se entiende que «hombre» aquí parte de una concepción que trasciende el aspecto biológico, para situarse en una perspectiva filosófica y existencial.

En esos términos, dejarme llevar por mi propensión natural hacia ella implicaría renunciar a la posibilidad de formular pregunta alguna, es decir, sería un rechazo de la capacidad de cuestionar y cuestionarme.

En otras palabras, implicaría aceptar con total conformidad el desconocimiento de mí como persona, a la vez que entregar las riendas de mi conducta, ahora ya no sólo fisiológicamente, sino en el aspecto subjetivo o cualitativo de mi existencia, al desenfreno y la inconsciencia derivadas de la animalidad más elemental.

¿Por qué negar, citando a KoЯn, la bestia básica que yace en cada uno de nosotros y que está presente ya en el aspecto biológico?

Después de todo, si se ve desde una perspectiva un poco más amplia, explorar ese aspecto primordial y básico es coherente con el mandato délfico del conocimiento de sí. Sin dejar las manías conceptuales habría que distinguir entre conocerse y crearse, como si a lo primero le calzara el desenterrar y a lo segundo le fuera más el erigir: una arqueología y una arquitectura, si se antoja.

Siendo presa de un delirio especulativo y de una suerte de dualismo puedo decir que del cuerpo, de la animalidad y de las propensiones naturales surgen el impulso, la fuerza, el deseo y el poder para estar frente a ella, y de la reflexión y del pensamiento, es decir, de la actividad propia del ser humano o de aquel hombre en sentido existencial, surgen el moldeamiento y la dirección de la naturaleza: lo fabricado en sus formas pero natural en sus bases e intenciones se sujeta al orden de un inevitable dilema que no existe más allá de la razón y el deseo entre un hombre y una mujer, sintetizados ambos en un ubicuo diálogo en el lenguaje diáfano de un beso.

A.K.

Carnap

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I wonder if there is something like a metaphysical truth out there.

After reading an introduction to Carnap’s thought written by philosopher Álvaro Peláez, I reached an idea: there are at least two kinds of proposals concerning human understanding about «reality» or about the «world» (I don’t want to take those terms as equal, but I think that in some sense, a theory about the world implies a theory about reality and viceversa).

One of those proposals is epistemic in its basis: I mean, there is a «reality» conformed by a conceptual or linguistic frame, that obviously needs an epistemic agent to be achieved, or in other words, implies the subject-object relationship.  In the other hand there is this proposal about a «reality» that exceeds the existence of any human being aka epistemic agent: it means that there is a «reality» that doesn’t need an epistemic agent to exist or a relationship between the subject and the object. I’m talking about a «reality» or a «world» that will stay the same: with its own rules and its own nature even if every human being or any consciousness disappeared.

A.K.

 

Extracto de un reporte sobre filosofía náhuatl.

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El fundamento de todo lo que existe, Ometéotl, se divide a sí mismo en otros dioses, los cuales representan ciertas fuerzas naturales y se encuentran relacionados con los cuatro elementos y con los cuatro rumbos del universo. Dichas fuerzas se encuentran en constante lucha y a raíz de ella surge el universo y la vida. Las constantes luchas entre esas fuerzas primigenias: Quetzalcóatl y Tezcatlipoca son retratadas en lo que se conoce como La leyenda de los soles o Manuscrito náhuatl de 1558. El que se mencione tal obra es coherente con la relevancia que Miguel León Portilla atribuye a las fuentes documentales.

Desde una perspectiva filosófica, se puede comprender la leyenda, que aparece en el documento mencionado, como fuente de nociones cosmológicas y teológicas propias del pensamiento náhuatl. Nociones que a su vez tendrán un lugar dentro del esquema ético-conductual de esa cultura. Para justificar esto que se dice sobre un esquema ético-conductual, hay que atender a lo que se deriva de la lucha de fuerzas primigenias.

Grosso modo, la lucha entre Quetzalcóatl y Tezcatlipoca ha sucedido paralelamente a la creación y la destrucción de varios soles y con ellos, de los macehuales, una adaptación al español del término náhuatl para “hombre”. Más allá de que ambos aspectos, la lucha y la destrucción, aparezcan de forma paralela, habría que resaltar entre ellos una relación causal: es la lucha entre las fuerzas la que origina los soles y también la que ocasiona la destrucción de los mismos.

Anterior a la actual época han existido cuatro soles, y con ellos, cuatro diferentes tipos de macehuales, los primeros eran gigantes que fueron devorados por tigres. En el segundo sol, todo fue arrasado por el viento y los macehuales fueron convertidos en monos. Para el tercer sol, la destrucción llegó en forma de una lluvia de fuego y sus macehuales fueron transformados en guajolotes. El cuarto sol está caracterizado por la destrucción que provocó el agua y por la transformación de sus macehuales en peces.

Esta época, que compartimos con los náhuatl, aunque unos 460 años después de la narración registrada en La leyenda de los soles, es la época del quinto sol, el sol de movimiento o Nahui ollin Tonatiuh, según señala Miguel León Portilla. Se dice que esta quinta época terminará por un fuerte movimiento de tierra.

¿En qué sentido la leyenda de los soles está relacionada con ese esquema ético-conductual de la cultura náhuatl? Para responder a esta pregunta hay que recordar una de las conductas características de aquella cultura: el sacrificio. De manera breve hay que decir que, el sacrificio en esa cultura tiene como objeto el de alimentar al sol para fortalecerlo. Parece natural que ante una posible amenaza, lo que se hace es atender los puntos de riesgo, a modo de precaución. En otras palabras, ante la amenaza de la destrucción de Nahui ollin Tonatiuh y, con ello, la destrucción de los macehuales, no quedaba más que esforzarse por brindar al sol toda la ayuda posible para resistir la destrucción y continuar con su movimiento generador y conservador de la vida.

A.K.