¿Qué es la mente?
Desde mi punto de vista, la mente ha sido un concepto formulado a fin de proporcionar explicaciones a algunas preguntas importantes para nuestras vidas como habitantes temporales de este mundo. Por una parte, el concepto de mente, ha servido en ocasiones para ofrecer explicaciones en torno a las causas de la conducta, sobre todo la conducta humana. Hablando en ese sentido, la mente se ha entendido como una suerte de entidad que origina y que controla toda conducta. Por otra parte, la mente también ha servido como herramienta para responder a otra de las grandes preguntas: ¿qué es el hombre? El hombre es su mente, es su pensamiento, habría afirmado el archiconocido René Descartes en su doctrina dualista de la res cogitans y la res extensa. La mente desde esa perspectiva, era de hecho un objeto, pero simplemente se encontraba fuera del plano de lo sensible. Así, pues, una serie de alternativas lógicas se derivan: habrá quien piense que la mente existe y es material, o que existe y es inmaterial, así como habrá quien piense que la mente no es ni inmaterial ni material porque simple y sencillamente no existe. Pero la existencia, como concepto, me lleva a un asunto metafísico que no es mi deber abordar aquí. Es así que al menos quiero comentar que, no obstante de las múltiples visiones que pueda haber, el concepto de mente permanece en el trato cotidiano con los demás en cada ocasión que se atribuyen creencias y deseos.
¿Por qué estudiarla?
De acuerdo con lo dicho, diversas perspectivas pueden surgir de una doctrina dualista. Por un lado, para quienes la mente existe, es prácticamente imperativo estudiarla, dada la naturaleza peculiar que la caracteriza, así como la enorme relevancia que cualquier dato sobre ella puede tener para quien se cuestiona por las causas de la conducta y por el ser del hombre. Por otro lado, para quienes la mente no existe (en tanto que concepto científico válido), es menester emplear mejores términos que expliquen lo mismo que explica la mente, pero sin el recurso a entidades fuera de lo sensible. Así, por ejemplo, habrá quienes recomienden estudiar directamente la conducta observable como una función de los estímulos ambientales, o habrá quienes prefieran abocarse al estudio del sistema nervioso, una estructura plenamente material asociada con diversas funciones cognitivas. Desde esta perspectiva, evidentemente, no se abandona la duda sobre las causas de la conducta o sobre el ser del hombre, sino que simplemente se la resitúa en el plano natural. Ahora, desde mi punto de vista, lo recomendable es indagar cuáles son los argumentos que ofrecen las diferentes posturas para aceptar o rechazar tal o cual tesis en torno a las preguntas importantes previamente citadas. Una mirada crítica a los saberes que hemos de ostentar como tal, jamás será un desperdicio.
¿Qué es la conciencia?
Básicamente entiendo a la conciencia como la capacidad de un organismo para saberse un ser propio, distinto de los demás seres. En esos términos, puede equipararse conciencia al término de Leibniz: “apercepción”, que básicamente refiere a la capacidad del ser humano para comprenderse a sí mismo como un ser individual. Así, cuando hablamos de conciencia, hablamos de un organismo que “tiene noticia de sí mismo”, para ponerlo en términos metafóricos. De igual manera hablamos sobre un organismo que tiene la posibilidad de vivir su experiencia con características cualitativas únicas: por ejemplo, al ver una manzana, el color rojo que veo en la misma es una propiedad cualitativa de mi conciencia, y lo mismo ocurre cuando experimento un dolor en cualquier parte de mi cuerpo; desde mi conciencia, en mi perspectiva de primera persona, hay un aspecto cualitativo asociado con ese dolor: sé que quien siente el dolor soy yo y no otro, y además, experimento un dolor más o menos particular dependiendo de sus causas o de su ubicación en lo que considero mi cuerpo.
Ahora, más allá de las disquisiciones filosóficas en torno al término de conciencia, habría que subrayar el fuerte componente naturalista que se asocia con el mismo. Esto en el sentido de que hay indicadores claros que permiten distinguir si un organismo tiene conciencia o no, y por supuesto, tales indicadores son verificables empíricamente. Algunos de estos indicadores son conductuales, es decir, observan conductas propias de los seres con conciencia, e incluso cabría hablar de una suerte de tipología de la conciencia, como las veces en las que, después de un fuerte impacto, un sujeto queda tendido en el suelo y es incapaz de responder a cualquier estímulo que se sabe que ocasiona tales o cuales respuestas en un sujeto con conciencia. Otros indicadores tienen más que ver con la actividad del sistema nervioso, y se sabe que pueden señalarse varias regiones del encéfalo que están implicadas en la génesis y en la permanencia de la conciencia, al menos si nos reducimos por ahora al ser humano. Igualmente se han estudiado diferentes procesos que tienen lugar en el encéfalo y que son los que subyacen a la conciencia. Así, por ejemplo, algunos de los aspectos conductuales de la conciencia pueden explicarse con referencias a procesos encefálicos distribuidos en diferentes regiones.
¿Hay un estrato biológico de la conciencia?
De acuerdo con lo que se acaba de sugerir, desde un punto de vista estrictamente material y naturalista, ha de afirmarse que la conciencia no puede tener sino una base física, y en ese sentido, el sistema nervioso, como elemento plenamente biológico del cuerpo humano, cumple tal papel. Lo que quiero decir, de manera más sencilla, es que la conciencia tiene, en efecto, una base biológica, y que esta base biológica es el encéfalo.
Digámoslo, no es en otro sitio, sino en el encéfalo, donde se realiza una increíble actividad neuronal concertada mediante ciertos principios o leyes. Y esa actividad neuronal, supeditada a tales principios, tiene, entre otras funciones y en sus niveles elementales, el mantenimiento de los diferentes procesos vitales como el ritmo cardiaco y la respiración, a la vez que en sus niveles más elevados, varias estructuras conformadas por neuronas interactúan entre sí para dar lugar a ciertos fenómenos cognitivos como la percepción o el lenguaje humano, entre otros. Cabe destacar que tanto la percepción como el lenguaje solamente se sostienen sobre la conciencia. Si no hay conciencia, básicamente no hay percepción y no hay lenguaje, y no hay conciencia si no hay encéfalo. Esta relación condicional permite responder afirmativamente a la pregunta, y lo que es más, permite señalar en tiempo y lugar la ubicación de ese estrato. Ahora, simplemente quisiera añadir que esto último “abre la puerta” a diversas teorías y tecnologías que giran en torno al encéfalo.
¿Qué es el pensamiento?
Normalmente he concebido al pensamiento en términos puramente formales. Es decir, siguiendo las afirmaciones del primer Wittgenstein en su Tractatus logico-philosphicus (1922), el pensamiento para mí no ha sido, por algún tiempo, sino una “proposición con sentido”, es decir, una composición lingüística de términos que refieren objetos y tipos de relaciones entre objetos, o conceptos y relaciones entre conceptos. No en vano en aquellos tiempos se afirmó que todo lo que podía decirse, únicamente podía ser dicho en el lenguaje de la ciencia, y particularmente, en el lenguaje de la lógica.
Pero Wittgenstein modificó su perspectiva y la refinó a un grado excepcional. Mi punto de vista, sin pretender que sea en algún grado tan genial como la de Wittgenstein o cualquier otro autor de esa talla, también se ha visto enriquecido, y si bien puedo concebir al pensamiento en esos términos formalistas -en parte gracias a algunas nociones básicas de lógica que así lo requieren- también soy capaz de advertir un componente no-lingüístico que subyace al mismo. Cabe reconocer que, al respecto, mantengo una actitud de exploración permanente.
Más allá de lo anterior, pero sin dejarlo de lado, me veo inclinado a afirmar lo siguiente: el pensamiento, con todo y su formalismo, es una propiedad del encéfalo; es resultado de una actividad particular que ocurre en algunas de las complejas regiones de dicha parte integrante de mi cuerpo. Igualmente, desde una perspectiva naturalista no puede negarse que, el pensamiento, necesariamente, ha de tener un papel respecto a la supervivencia del organismo. Porque hoy no existe función, biológicamente hablando, que no fuera organizada mediante el complejo devenir evolutivo de las especies.
De esta manera, puedo responder por fin a la pregunta: el pensamiento es una función del encéfalo que incrementa las posibilidades de supervivencia del organismo humano, al proporcionar claridad en cuanto a los diferentes tipos de relaciones que existen entre los objetos del ambiente y los objetos de la experiencia personal, de modo que se permite al organismo que piensa, una adaptación, desenvolvimiento y desarrollo adecuados.
Finalmente, y en retrospectiva, noto en este caso la cercanía con la res cogitans cartesiana, al reconocer al pensamiento como una característica humana vital. A su vez, no puedo ignorar la distancia que hay respecto de las consideraciones de Descartes cuando se sitúa toda esa complejidad e importancia en una estructura de consistencia gelatinosa y más o menos grisácea de alrededor de 1,5 kg producida tras millones de años de selección natural.